It's not you, it's my brain: lo que es vivir con depresión

Warning: Esta nota contiene menciones de enfermedades mentales, suicidio, pensamientos suicidas y trastorno de ansiedad.

“Blessed are the cracked, for they shall let the light.”

      - Groucho Marx

No me digan valiente todavía. Valiente no es hablarlo, valiente es querer hacer el trabajo, un trabajo muy duro que no tiene una fórmula universal de cómo empezar. Estoy apenas descubriendo que la verdadera raíz de la depresión es la más difícil de enfrentar, en especial porque llevo muchos años batallando con ella aunque por mucho tiempo no haya sido visible ante mis ojos; ni a los ojos de las demás. Siendo muy honesta no entiendo la depresión, no me hace sentido su existencia, odio cómo funciona mi cerebro a veces, pero al mismo tiempo sé que es real. Recientemente llegué a la conclusión de que ya no puedo abandonar a mi salud mental más tiempo.

Pues, aquí estoy, en mi último año de los jóvenes treintas, viviendo lo que se conoce como el mid-life crisis. Daría todo porque ésta fuera como la de un hombre que se compra un Porsche, en vez, me tocó tronar en mil pedazos, tocar con todo mi cuerpo el más profundo de los fondos, que me mantuvo en modo fantasma (viviendo sin vida), paralizada, paranoica, en posición fetal. Esta vez, la batalla mental que creí tener controlada, se deshizo en miles de mini batallas. El dolor: el común denominador en todas. En cualquier representación, el dolor es una experiencia aislada, por eso la depresión nos hace sentir muy solas, donde la vida misma es un constante trigger.

Glennon Doyle, activista por la salud mental y autora del libro Untamed, dice que estar deprimida con ansiedad es como ser Igor y Tigger al mismo tiempo (personajes de Winnie Pooh). Me reí cuando lo leí porque nunca había escuchado esa analogía, y también me sentí identificada. El único lugar que me hacía sentir segura era mi cama, abrazando a Sanna mi perrita. No pude levantarme en meses, sintiendo mucha culpa por mi falta de productividad, pero el simple acto de colgar un suéter era un pesar cuando mis demonios internos estaban de fiesta sin parar. Tuve muchos momentos donde solo pensaba en la voz de Selena Gomez: “To not feel at home in your own brain it’s devastating”.

Estuve en un lugar muy dark, ese que te hace sentir que ya no mereces vivir.  El que te hace sentir que ya no tienes nada que aportar. Me retiré física y emocionalmente de mi mundo, lo que se conoce como emotional withdrawal. No es nada personal con la gente, simplemente es la única manera que mi cerebro conoce para protegerse. Alejarse es un mecanismo de defensa, es una forma fácil de lidiar con lo que estás pasando, pues es un lugar libre de juicios.

Viví así un buen rato hasta que logré pedir ayuda. 

Quiero decirles, sobre todo a las que están leyendo que no padecen de una enfermedad mental, que pedir ayuda en tal estado es extremadamente difícil. Nadie quiere ser una carga para los demás. No queremos preocupar a los que nos rodean. En mi caso, también había (y sigue latente) un sentimiento de culpa. “Porqué estoy pasando por esto si tengo una vida con privilegios y bendiciones.” “En papel no tengo nada de qué estar deprimida”, “debería de estar agradecida”, “mejor me callo y me lo guardo”, “qué van a pensar/decir las demás.” Malditos juicios, ¿no? El daño que causan estos pensamientos es justo lo que hace invisibles a las enfermedades mentales. Cuando empecé a tratarme aprendí que no hay correlación entre la depresión y el agradecimiento. Una persona puede agradecer por todo lo bueno que tiene en la vida y al mismo tiempo estar deprimida. Hay un post que se hizo viral en la comunidad de salud mental en Instagram de una hermana que habla del suicido de su hermano. Ella cuenta que su hermano era el capitán del equipo de futbol, el presidente de la escuela, tenía las mejores calificaciones, una novia encantadora, una vida social envidiable, la oportunidad en charola de plata de entrar a cualquier universidad… estaba eternamente agradecido por todo y aún así se quitó la vida.

La horrible verdad es que a la depresión le vale un carajo quién eres. La depresión está esperándote en tu siguiente caída. Es un monstruo del infierno atrapado en tu mente que no discrimina. Cuando Lady Gaga platicó de su depresión se me quedó grabada una frase que dijo: “It takes only one thing.” Y, así es, cuando luchas con tu mente constantemente, basta con una sola cosa que te hace caer otra vez cuando no hay nadie atrás para cacharte. No lo estoy platicando así para que sientan lástima, solo estoy compartiendo la verdad.

Mayo es el mes de Mental Health Awareness por lo que decido romper el silencio una vez más, con el deseo de confrontar el estigma (y la incomodidad de paso), y compartirles lo que es vivir con depresión y ansiedad todos los días. Si mi historia puede ayudar aunque sea a una sola persona, entonces el miedo que siento al contarlo en público valdrá la pena. Hoy dedico esta nota a todas las personas que viven con una (o varias) enfermedades mentales. A todas las personas que han batallado o que están batallando una guerra en sus cabezas. No están solas aunque su mente les haga creer que sí.

Así como el cuerpo se lastima y se lesiona, nuestra mente también

Según la World Health Organization (WHO), un billón de personas en el mundo padecen de un desorden mental. Estudios por el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) dicen que muchos de los trastornos mentales son causados por una combinación de factores biológicos, ambientales, psicológicos y genéticos. Está comprobado que ciertos genes y variaciones de genes están asociados con las enfermedades mentales. Por lo que sí hay un porcentaje presente de mi genética y daño mental en mi sistema nervioso. Y lo que me ha costado mucho trabajo entender es que al final del día no es culpa mía ni de nadie. ¡Así nací!

La primera vez que mi psiquiatra me preguntó lo que sentía se lo describí así:

Siento como si estuviera viendo una película que muestra un time-lapse de mi vida, proyectando todos mis traumas no resueltos, los medio resueltos, y los que yo pensaba que ya estaba resueltos. Las pérdidas de todo tipo, las metas no cumplidas, las señales de advertencia que nunca vi, los sueños no realizados, los retos de salud, los arrepentimientos, proyectos sin terminar… Revivir todos esos recuerdos me hace llorar sin control, también me hace enojarme conmigo misma y al mismo tiempo me inundo en tristeza. Cada vez que cierro los ojos me llega a la mente una creencia fija de no merecer. De pronto, boom! Bastó con solo un evento reciente, una crisis fuerte que jamás pensé que me pasaría, para que todo explotara en un segundo, lo que me mandó directito, one way ticket, al rabbit hole.

Sigo viendo mi película diario en constante loop. Entro en shock. Ahora aparecen pensamientos suicidas, me siento completamente hopeless. Adormecida. Nadie me puede ayudar. Mi estado mental está muy vulnerable, tan así, que caería fácilmente en las manos de una secta de disque self-help. La pantalla se convierte en negro. Todo el espacio está oscuro, no alcanzo a ver ni mi mano. Siempre me ha dado miedo la oscuridad, pero nunca había experimentado un panic attack a través de ella. No veo la puerta, no veo la salida de emergencia. Mi corazón empieza a palpitar a mil por hora, me invade una voz que me dice que soy un rotundo fracaso, no la puedo callar, le ruego al Universo, ¡ayúdame! Millones de hormigas recorren todo mi cuerpo, siento hirviendo la cabeza pero mis manos y mis pies están congelados, no le deseo esto a nadie, ni a mi peor enemigo, me empiezo a sofocar, ya no puedo respirar, siento que me está dando un infarto, quiero correr al hospital, ya no quiero vivir, pero al mismo tiempo me da terror morirme.

Esta rutina de panic attacks llegó para quedarse. Long story short, diagnóstico en el 2022: depresión crónica y trastorno de ansiedad. Lo cual no me sorprende a esta edad, y no creo que sea sorpresa para mi gente cercana tampoco. La noticia que sí me agarró en curva fue: “tu depresión ha estado mal medicada y mal tratada todo este tiempo”. ¡Uff! Cubetazo de agua helada, de sabor realidad con mucho sentido. Lo primero que me vino a la cabeza fue pensar en todo el tiempo perdido. Si tan solo hubiera sabido esto antes, tal vez mi vida sería muy diferente ahora. Por lo menos, ¿más feliz?, ¿más en paz? Con mejores herramientas para lidiar con ella. Después pensé en la flojera de empezar de cero, con tratamiento nuevo. La verdad es que ya no tengo la energía para enfrentar otro tema de salud. Miles de pastillas otra vez. Side effects intensos. Prueba y error con doctores una vez más (hasta el cuarto psiquiatra encontré al bueno), con la preocupación de que esta vez ya no será algo temporal. Con la terapia psiquiátrica he ido logrando dejar este pensamiento en el pasado. Lo que hay que entender es que la recuperación no es lineal. 

Al principio que les dije que llevo años batallando con esto, me acuerdo que mis síntomas empezaron más o menos en la adolescencia. Una etapa de la vida muy crítica en la que yo no conocía las palabras depresión y ansiedad aunque ya las experimentaba. Mucho menos asociarlas como enfermedades. Lo que sí conocí de adolescente es que mis hormonas tuvieron el poder de convertirme en mi peor enemiga, con un combo de pensamientos de odio y auto desprecio. También conocí lo que es sentir no ser suficiente para pertenecer en ningún lado, que las demás te tratan en función de cómo te ven, que la opinión de tus amigas supera la opinión de tus papás y que todo lo malo que te pasa te hace sentir como si fuera el fin del mundo. También conocí la soledad; lo que es sentirse sola sin realmente estarlo.

Crecí como nos toca a todas crecer, pasar de año en año, completando con dieces los milestones que “debemos” de cumplir. You do what’s expected of you to do. Internamente, apenas y podía flotar. Aterrada con decepcionar a los demás, pretendiendo ser alguien que no era para poder encajar. Empecé a darme cuenta que la gente a mi alrededor reaccionaba muy diferente al mismo evento que yo. Algo que para mí era devastador, para otros no tanto, lo que me hacía sentir poco comprendida por no tener la capacidad de adaptarme mejor. Empecé a colgarme las etiquetas que otras me decían: “eres muy sensible”, “eres difícil de trabajar”, “eres conflictiva”, “exageras mucho”, eres “too much”… como si fueran los peores defectos, lo que poco a poco fue logrando que encogiera mis necesidades, sobre todo con mis parejas.

Mientras más grande, más funcionaba en automático, haciendo todo lo posible, aunque no siempre con éxito, para enjaular mis emociones negativas e impulsivas. Muchas veces con la ayuda de soluciones inútiles, como la fiesta, el alcohol y el sexo casual. Y después en silencio, en la cruda, sin decirle a nadie lo que realmente estaba viviendo en mi cabeza. La ansiedad contaminaba todo mi ser. Cuando no tienes auto estima es muy difícil abrirte y hablar de lo desconocido, tanto para ti, como para el resto del mundo. Esto me llevó a cortar con el alcohol por un tiempo. A descansar de la fiesta para tener un poco de paz mental. Hasta que llegué a la edad (mid 30’s) en la que descubrí que mi depresión ya llevaba un rato con gasolina pero estacionada; sin andar. Desgraciadamente también conocí el tabú junto a las palabras ‘enfermedad mental’, y que ahora a mis 39 años puedo decir que el estigma es igual de grave que los síntomas. Creo que a veces hasta peor. La depresión se vive y se siente muy diferente en cada persona, pero hay cositas con las que nos podemos relacionar. Compartimos el mismo enojo sobre la creencia errónea de que la depresión es estar triste y que se cura con pensamientos positivos, o cuando te dicen que hagas un esfuerzo y que le eches ganas… ojalá fuera así de fácil. Nuestro cerebro no funciona igual que un cerebro “normal”. Así de simple de explicar. Ya si alguien se quiere meter a estudiar neurociencia, las aplaudo, pero mientras, no hay mucho que entender. Hay cerebros con miles de luces de colores, así como hay cerebros con esas luces completamente apagadas. 

Fue cuando cumplí treinta la primera vez que tomé anti depresivos

También fue cuando un desorden vulvovaginal llegó a mi vida. Otro tanque de gasolina para la depresión. Uno de los tratamientos más comunes para cualquier padecimiento de dolor crónico son los anti depresivos, pues tienen el poder de calmar la parte del sistema nervioso que enciende el dolor. La dosis que me dieron me ayudó a controlar el dolor en la vulva, pero irónicamente, ahora sé que no me estaba ayudando del todo con esta depresión reprimida de años. Las medicinas me mantuvieron flotando, ahí medio llevándola, pero mi cerebro realmente no estaba sanando como debía. Y no llegué a racionalizarlo. Tal vez por el estigma, por vergüenza, por miedo al juicio, o tal vez por no saber cómo pedir ayuda. Hay que arrancar todas las capas que suelen enmascarar a la oscuridad y es un reto muy grande. Esas capas a veces sirven para apagar fuegos, cuando en realidad son obstáculos que no nos dejan llegar al corazón del problema. Arrancarlas es como si fueras a escalar una fucking montaña, sola y sin arnés. Toma mucho tiempo, requiere de mucha fuerza. Requiere de hacer el trabajo cuando todo tu cuerpo y mente están exhaustos. Las medicinas no funcionan de un día para otro. El efecto puede tardar semanas, encontrar la marca, la dosis, el ajuste adecuado puede tardar meses. La aceptación puede tardar años.

¿Qué hay del otro lado de la recuperación?

No lo sé. No sé cómo hacer las paces con mi cerebro. No tengo la respuesta todavía, es una práctica que me sigue enseñando todos los días, pero ahora que las medicinas ya están haciendo su mágico efecto, junto con mis años de experiencia les puedo decir esto:

1. Tocar fondo nos enseña a dejar de esconder el dolor emocional; a dejarlo ser libre.

2. La recuperación es un proceso largo. Sean pacientes y compasivos con ustedes mismos.

3. Habrá momentos donde ya se sientan mejor y después vuelven a crashear. Es normal.

4. Fracasar te da otras oportunidades, te abre a otras posibilidades aunque de momento no se vean.

5. Vivan su vida, no su diagnóstico.

6. No necesitan justificar su salud mental a nadie.

7. Las medicinas le sirven a algunas personas, a otras no. Dense permiso y tiempo para encontrar lo que les funciona y les de paz. Pero si las medicinas sí les sirven, no las dejen de tomar.

8. Habrá días donde sigan sintiendo que la depresión las derrota, por lo que está bien a veces no tener ganas de luchar. Se vale descansar.

9. Es válido pedir; pidan más.

10. Abrirse a otra persona es un riesgo pero uno que vale la pena intentar. Hablemos más del tema sin miedo.

11. La palabra loca, seguido de mujer, la tenemos que quitar de nuestro vocabulario.

Dicen que los traumas trascienden de generación en generación. A lo mejor pronto podemos lograr que el arte de sanar también trascienda de generación en generación.

Shoutout de agradecimiento a mi familia.

Pash, Maris, Andrew, Sof, Isa y Andy gracias por su apoyo incondicional.

Pame Clynes